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Pedro Lemebel a 10 años de su muerte: la batalla familiar que tiene retenido su legado

En enero próximo se cumplirán 10 años de la muerte del autor de “Tengo miedo torero”: falleció a los 62 años sin querer morirse. Por eso no dispuso qué hacer con lo que dejó: algunas propiedades y, sobre todo, su valioso trabajo artístico. Hoy, la editorial Planeta -que era su casa literaria- no puede imprimir sus libros. El litigio que enfrenta a Daniela y Geraldine Mardones, las dos hijas de Jorge Mardones -el hermano y único heredero de Pedro Lemebel, quien murió durante la pandemia- ha detenido su obra. "Daniela es mi hermana, pero veo que para ella es solo dinero, y no se trata solamente de eso", dice Geraldine a The Clinic sobre la pugna judicial.

Por Jimena Villegas
Ilustración: Camila Cruz
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El jueves 28 de noviembre de 2014, Pedro Lemebel se puso unas calzas negras, una chaqueta de invierno, un pañuelo de estrellas blancas en el cuello y salió a la calle. Debía ir a un evento. Sabía que lo esperaban. La galería D21, en el segundo piso del edificio que está justo en la esquina de la calle Nueva de Lyon con avenida Providencia, abría esa tarde la que sería su última exposición en vida, una muestra que él mismo había empujado con entusiasmo. Pedro Montes, dueño de la galería, dice: “Fue inaugurada el mismo día que él venía saliendo de una quimioterapia”.

“Arder” estuvo abierta en ese centro independiente de creación, producción y difusión de las artes visuales hasta el 8 de enero del año siguiente. Después pasó por Metales Pesados y continuó viaje hasta el Museo de la Memoria, el año 2016. Recogía audios, fotografías y videos hechos por artistas como Pedro Marinello, Paz Errázuriz, Ulises Nilo, Inés Paulino o Verónica Qüense, quienes habían ido capturando la creación de Lemebel. Ese trabajo había comenzado a desarrollarse en la década de los 80 del siglo XX y consistía mayormente en intervenciones en el espacio público y performances

En esos actos efímeros, casi siempre, el cuerpo semidesnudo -e incluso flagelado- de Pedro Lemebel formaba parte de la puesta en escena, él mismo era su propio lienzo y vehículo de expresión. En su última intervención callejera, también de 2014 y llamada “Abecedario”, escribió con neoprén el alfabeto latino sobre el suelo de la pasarela que está en la entrada del Cementerio Metropolitano de Santiago. Después encendió con un chispero las letras, que quedaron impresas a fuego en el cemento. 

La veintena de registros de “Arder” -entre las que está “Abecedario”- fue curada por Montes y el poeta y librero Sergio Parra. Resumía de manera apretada una vida artística intensa y tantas veces en el borde. Pero Pedro Segundo Mardones Lemebel, de 62 años, no llegaría a ver cómo esa retrospectiva transitó por espacios capitalinos ni a leer los reportes al respecto, uno de ellos publicado por este mismo medio, donde él se desempeñó desde la fundación de The Clinic como un cronista destacado y agudo. 

Lemebel murió, a causa de un cáncer de laringe que le fue diagnosticado en 2011, la madrugada del 22 de enero de 2015. Había caído en el hospital de la Fundación Arturo López Pérez en diciembre y, aunque salió de allí brevemente dos veces, una de ellas para un homenaje el 8 de enero, ya no se recuperó. Su funeral, que se realizó el sábado 24, fue multitudinario. Cuentan sus amigos que a Pedro Lemebel la gente de la calle lo amaba y en la despedida eso fue evidente.

Pero hoy, a casi 10 años de su muerte, acercarse a la obra de Lemebel no es tan sencillo.

AgenciaUno

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El primer libro de Lemebel lo publicó la Editorial Cuarto Propio; en 2001 fue reeditado por la colección Biblioteca Breve de Seix Barral, que pertenece a Planeta. “De perlas y cicatrices” salió primero con LOM Ediciones y lo reeditó Planeta en 2010. “Adiós mariquita linda” fue lanzado por Editorial Sudamericana; en 2006 lo sacó Mondadori en Europa. Un breve recorrido por librerías locales indica escasez: casi no hay textos de Lemebel en tiendas locales. Sí se lo encuentra en Buscalibre, que trae desde Argentina, Colombia o España. 

Josefina Alemparte, directora editorial de Grupo Planeta Chile -la casa literaria de Lemebel-, dice que están “a la espera de que aquellos contratos que ya cumplieron sus plazos puedan ser renovados”. Explica que cualquier libro que se encuentre hoy en librerías chilenas corresponde al stock remanente: “Mientras no renovemos los contratos no podemos reimprimir”.    

¿Qué ha retenido ese flujo? El litigio que enfrenta a Daniela y Geraldine Mardones, las dos hijas de Jorge Mardones, el hermano y único heredero de Pedro Lemebel, quien murió durante la pandemia. Mientras ese proceso no se resuelva, la renovación de derechos literarios, al menos en este país, está detenida: “Entendemos que el proceso está en marcha, pero no tengo detalles de fecha”, señala Alemparte.

Sergio Parra, poeta, dueño de la librería Metales pesados y amigo de Lemebel, dice que él no pensó en la muerte sino hasta pocos días antes de perder la conciencia. Constanza Farías, publicista, sonidista y también amiga del escritor, acota: “Hay una entrevista muy buena que le hacen en el programa ‘Off the record’. Ahí le preguntan: cuando llegues al cielo, ¿qué quieres que te digan, con qué palabra quieres que te reciban? Y él dice: devolverse al remitente. ¿Eso qué te dice? Morir era algo que no tenía contemplado. Por lo menos no a sus 62 años, porque Pedro era joven”.

Puesto que fallecer no estaba en su mapa mental, Pedro Lemebel no dejó nada organizado para después: “No quiso, estaba en negación total”, indica Farías. Joanna Reposi, directora del documental “Lemebel”, agrega: “Estaba muy aferrado a la vida”. Su patrimonio personal y artístico quedó en manos de su hermano Jorge, alguien con quien -señala el escritor Óscar Contardo, autor de “Loca fuerte. Retrato de Pedro Lemebel- en realidad nunca se llevó bien. Una vez fallecido Jorge Mardones, quien tomó las riendas fue una de sus hijas, Daniela, en representación de su madre, Bernardita Caro y su hermano, Jorge Mardones, los otros herederos.

Daniela se negó a participar en este reportaje. Sí aceptó ofrecer su visión Geraldine, la otra hija de Jorge Mardones, quien nació fuera de su matrimonio con Bernardita Caro Agurto. Esta batalla legal de las dos hermanas, que se inició en 2023, es lo que tiene detenida la difusión del trabajo audiovisual y escrito de Pedro Lemebel. Geraldine Mardones dice que, por instrucción del juez, el litigio debe acabar como máximo en 2025.

Mardones cuenta: “Mi papá se fue con la pandemia. Habían pasado nueve meses y yo no me había enterado de su fallecimiento. Mi hermana, mi otro hermano y la esposa me lo ocultaron. Nosotros estamos desconectados. Mi hermana nunca le dijo a la editorial Planeta que mi papá había fallecido. Siguió actuando como si él hubiera estado, recibiendo las costas de los libros”. 

Si en Chile la impresión de textos de Lemebel está detenida, no es así en Estados Unidos. La editorial Penguin Random House editó en mayo pasado el recopilatorio de crónicas “A Last Supper of Queer Apostles: Selected Essays (Penguin Classics)”. Geraldine Mardones afirma: “Se hizo sin mi consentimiento. Lo que sí autoricé, junto con Daniela, fue la obra de teatro ‘Tengo miedo torero’, que se hizo en Italia”. Esa pieza es una adaptación hecha a partir de la adaptación que, en 2006, Lemebel y la compañía de teatro Chilean Business, fundada por los actores Rodrigo Muñoz, Claudia Pérez y Mario Soto, hicieron del libro del escritor. Se estrenó, en enero pasado, en el Piccolo Teatro Grassi de Milán.

Geraldine Mardones asegura que su deseo es que toda la obra creativa de Pedro Lemebel se difunda y dice: “Mi hermana no deja que le hagan tributos. La otra vez le estaban ofreciendo hacer una fonda de Pedro, yo lo encontré el descueve, pero no quiso. Daniela es mi hermana, pero veo que para ella es solo dinero, y no se trata solamente de eso. Para mí, es súper importante que se siga divulgando, porque él fue una figura súper importante para la comunidad LGTBIQ+ y para la gente pobre”. 

La sobrina de Lemebel añade que su objetivo siempre ha sido llegar rápido a un acuerdo familiar, porque para ella “el tema es agotador”. Explica que, en términos inmobiliarios, él tenía tres departamentos, el de sus abuelos en Departamental y dos más en el metro Bellas Artes, además de la casa de Dardignac: “Lo único que queda es la casa”, afirma, aunque ella no sabe en qué estado está. 

Para Mardones, un cierre apropiado sería que cada hermano se quede con los derechos de algunos títulos del autor: “Como van las cosas, no creo que eso pase”. Confiesa no haber tenido gran cercanía con Lemebel, porque cuando ella nació él ya era muy famoso. Añade que jamás tuvo un problema con él y que su vínculo era a través de Pedro Mardones Paredes, su abuelo: “Desde la muerte de mi abuelo ya no tuve más familia”.

Los amigos y observadores de esta batalla familiar sostienen que, muy probablemente, lo que está detrás es la desconfianza y el desconocimiento. Antes que una caja pagadora capaz de generar monedas de oro, Pedro Lemebel es -dice Joanna Reposi- un intelectual brillante, de esos que son escasos y muy adelantados, además de poco comprendidos a cabalidad en su tiempo, salvo que se encuentren con gente que los entienda y los rescate: “Es bueno que su obra esté donde no hay muchos chilenos que exponiendo, como en el MoMA de Nueva York, el Reina Sofía en España o el Malba en Buenos Aires, y que se estudie en Harvard o en Stanford”, agrega. 

Reposi forma parte de quienes creen que sí vendría una fundación para proteger el trabajo de Lemebel. Permitiría a quienes quieran estudiarlo acceder a él en Chile y no en centros extranjeros: “Asesórate bien, que la obra se mueva, que no se paralice. Entrega, gestiona”. Sergio Parra pone paños fríos al respecto: “Primero que hay que tener un patrimonio que, más o menos, financie una fundación. Tiene que haber un directorio. Hay que salir a conseguir fondos, porque hay que pagar gente que atienda una fundación. Eso en Chile no ocurre. Gran parte de las fundaciones que están en Chile funcionan por proyectos de Fondart”.

Parra dice, de todos modos, que el trabajo de Lemebel sí daría para desarrollar un proceso curatorial: “Para mostrarlo, para que se estudie”. Pero no sería tan sencillo, porque no dejó manuscritos ni hay cartas con escritores: “Pedro era un cronista y los cronistas publican en diarios. Además, lo siento, pero él no guardaba, no era un sistematizador de sus propias cosas. Escribía, imprimía y los textos quedaban ahí, dando vueltas. Mucho pudo llegar directamente a la basura”. Para él, el auténtico patrimonio de Lemebel es su propia marca. Por eso, lo primero que hay que hacer es ordenar los derechos de autor de sus libros: “Hay que dejar circulen, que los libros estén disponibles, que se traduzcan, que el público pueda acceder a ellos”. 

Pero el académico y autor de tres libros de Lemebel, Fernando Blanco, va más allá. Dice que no se necesita hacer nada, porque es un icono nacional, un panteón: “Pedro ya es un circulante del que tú ya no puedes pasar, circula simbólicamente. Creo que su obra ha rebasado el nicho del autor y ese rebasamiento hace que la mortaja de autor no contenga el impacto de Pedro, y digo mortaja diciendo canon. Pedro pertenece ahora a los mitos, a la cultura popular. Se va a reproducir en esa cultura popular a través de sus libros, a través de la performance, a través de lo que te diga la gente que cree que es Pedro”. Crear o no una fundación -afirma Blanco- es un problema privado: “Tiene que ver con la sucesión de esa familia en particular y, creo, que con la falta de gestión gubernamental”.

Caiozzama

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Pedro Montes Lira es abogado, coleccionista y marchante. Arteinformado, una plataforma informativa dedicada a la creación iberoamericana, indica que es propietario de una de las colecciones de arte chileno más importantes del país, con “más de 400 piezas que abarcan especialmente las décadas del 70 y 80”. Entre ellas está el trabajo que Lemebel hizo junto a Francisco Casas Silva, bajo el nombre Las Yeguas del Apocalipsis. En ese contexto creativo es que juntos reprodujeron La Última Cena en un prostíbulo de San Camilo y entraron desnudos a lomos de una potra, en la sede Las Encinas de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.

“Las Yeguas de Apocalipsis, como colectivo pobre de tan solo dos miembros, representan el espíritu de la transición con toda la carga que eso conlleva, con un antes y un después. El antes tiene que ver con las minorías y la disidencia, con la plaga del sida y con la defensa de los derechos humanos en dictadura a través del arte, de la escritura, de la movilización y del compromiso social”, dice Montes. El tránsito a la democracia -agrega el galerista- estuvo marcado “por el punk, el new wave y la alegría que no llegaba nunca”. 

Para él, “no existen en el arte chileno otros artistas que hayan arrasado con las convenciones sociales, artísticas y políticas con ese desenfado, con ese desprecio al status quo y con ese humor corrosivo. Se transformaron en una molestia para el medio artístico que los despreciaba y finalmente triunfaron”. D21 tiene hoy online una selección del Archivo Yeguas del Apocalipsis (AYA), desarrollado en el marco de un proyecto Fondart y con el aval de Casas y Lemebel. 

Francisco Casas, quien está radicado en Buenos Aires, prefirió no participar en este reportaje porque -explicó- no suele “hablar de Pedro, salvo que sea en un contexto de Yeguas”. Sobre la muestra “Arder”, Pedro Montes afirma: “A pesar de sus dolencias, Lemebel se había entusiasmado y había recuperado el interés por su obra artística. Se la pasaba hurgueteando entre sus dibujos y papeles y rehaciendo poses de performances. Con este impulso de revalorización de su obra performática y de sus registros fotográficos fue que decidimos hacer la exposición”. 

Montes conoció a Lemebel poco después de una muestra de fotografías de Las Yeguas… llamada “Lo que el sida se llevó” y que D21 exhibió en 2011: “Poco después me presenté con él en la Feria del Libro. Me dijo que tenía varios proyectos de performance que quería concretar. Me ofrecí a ayudarlo”. Inicialmente se juntaron con una productora de cine documental. Montes dice: “Nos presentó un presupuesto carísimo. Lemebel era muy cuidadoso con los gastos y la mandó al carajo”.

Ese portazo implicó que el propio Pedro Montes, a petición de Lemebel, se transformara en productor: “Tuve que asumir el rol”, afirma. De ese acuerdo surgieron las performances “Desnudo bajando la escalera” y “Arder”, cada una -explica el galerista- “con una serie de anécdotas y problemas de producción, pero con un resultado que lo dejó muy contento”. Tenían proyectada una última performance con la imagen del artista proyectada en una estrella espejada y sobre la bandera chilena. No alcanzaron a producirla.

Las performances e intervenciones son solo una faceta del legado creativo que Pedro Lemebel dejó. Es probablemente su faceta más culta, la que es capaz de apelar a la élite, a pesar de su dureza expresiva y de la rudeza política de un mensaje que nunca hizo concesiones. Pero como dice su amiga Constanza Farías Kohnenkampf, y en eso coincide con ella Fernando Blanco, director del Programa de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Bucknell, Lemebel era mucho más ancho y universal. Tanto que -afirman ambos, y lo hace también Sergio Parra- ocupa, o debiera ocupar, un lugar al lado de figuras capitales del arte popular chileno, como Violeta Parra y Víctor Jara.

Lo afirma asimismo el periodista Marcelo Simonetti, quien prepara una biografía de Lemebel junto a Jovana Skármeta, quien fue su agente en la primera década de los 2000. Simonetti dice: “Fruto de la circunstancia en que su obra fue publicada, como cronista, no se le ha dado la importancia que merece un artista de su envergadura. Él tuvo una forma de mirar a la sociedad chilena, 20 o 30 años antes del estallido social. Da cuenta de un país desigual, entero pacato. Siento que él logró ver ese país con mucha claridad ya a fines de los 80”.

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Constanza Farías, publicista y sonidista, conoció a Pedro Lemebel alrededor de 1997. Él desarrolló ahí, entre 1994 y 2002, el programa “Cancionero”. Ella trabajaba entonces como programadora musical. Se hicieron muy amigos: “A nosotros lo que nos unió fue la música”, dice Farías, quien confiesa que tras la muerte del artista tuvo que dejar Santiago. Para ella, la gran ciudad nunca fue la misma sin Lemebel. Se instaló en un mundo más bien rural, donde se dedica a hacer talleres de radioteatro, siguiendo la metodología que usaban en su programa y que ella aprendió de él. 

En “Cancionero”, que se transformó en un espacio muy escuchado, Lemebel presentaba sus crónicas sonorizadas. Se oía tango, bolero, cha-cha-chá, standards de jazz, música barroca, canciones latinas de los años 60 o Víctor Jara. Farías comenta: “Pedro era un melómano y tenía muy buen gusto”. La cortina musical del programa era el tema “Invítame a pecar”, interpretado por la mexicana Paquita la del Barrio.

Farías dice que Lemebel empezó a explorar en la radio porque buscaba un punto de encuentro y de difusión: “Que la literatura y su obra pasara a más gente, a personas que no tenían acceso, gente que no estaba en la intelectualidad ni en la academia o la universidad de no sé dónde. Él decía que entre la gente de escasos recursos siempre va a estar prendida la radio”. 

Algunos de los textos que la audiencia oyó en “Cancionero” -y cuyo formato expresivo recuerda a los podcasts de hoy- forman parte los libros “Loco afán: Crónicas de Sidario” (1996) y “De Perlas y Cicatrices” (1998). Farías define ese trabajo como imágenes sonoras: “Es algo que se le ocurrió a él. Ya venía haciendo sus presentaciones ante público, en las que leía sus escritos con música. Pero en la radio empezó a mezclar más sonidos, a trabajar mejor”. Muy pronto, ella también empezó a acompañarlo como sonidista en los teatros.

Farías dice que Lemebel definía ese trabajo como un contrapunto. Todo lo que él decía “tenía siempre una complementariedad musical, pero no necesariamente desde la obviedad, sino que desde la ironía”. A “Cancionero” también iban invitados artísticos, políticos y personas del activismo de los derechos humanos. Lemebel abría además la línea telefónica a la audiencia. 

El periodista Óscar Contardo, autor de “Loca fuerte. Retrato de Pedro Lemebel”, publicado por Ediciones Diego Portales en 2022, dice: “La radio Tierra lo transforma en popular en un segmento muy específico, pensemos que era una radio que no llegaba a todo Santiago”. A Lemebel -añade Contardo- le encantaba contar una anécdota, que podía ser cierta o no: “Paseando por una feria de población, se da cuenta de que los de un puesto están escuchando su programa y él les dice: ese soy yo. Pero se burlan de él y le contestan: que vai a ser tú”. 

Lemebel perdió la voz después de una operación debida al cáncer de garganta. El periodista Marcelo Simonetti afirma: “La voz de Pedro es también un patrimonio. Y precisamente la enfermedad que lo termina llevando a la tumba lo privó de la voz. Hay ahí, como diría algún voyerista, una jugarreta del destino que lo priva de aquello que fue su sello. Tú escuchas hablar a Pedro en cualquier lado y sabes que es él”.

Para Lemebel -dice Constanza Farías- fue muy difícil: “Tenía una voz preciosa y, aunque pudimos seguir, porque quedó emitiendo sonidos, no era igual. Él tenía una fascinación con la oralidad, en todos los ámbitos. De hablar, de comer, del placer sexual. Todo operaba desde ahí. Pedro también tocaba la guitarra, yo me sorprendí cuando lo supe. Entonces, dejar de tener voz fue perder un pilar que también significaba parte de su subsistencia y de su pasión. A Pedro, el micrófono le daba vida”.

Farías fue una de quienes acompañaron a Lemebel en la inauguración de “Arder”, en la galería D21. Hoy ella no solo resguarda en sus talleres la metodología de radioteatro que él usaba en la radio Tierra. También tiene grabaciones guardadas, además de todos los recuerdos personales que iluminan su mirada cada vez que habla de él. Nada de eso puede usarse, no obstante, más allá del ámbito privado, porque en este momento un litigio familiar entre dos descendientes del autor tiene detenido el legado de Pedro Lemebel. 

“Algunas cosas se están haciendo, pero no desde la visualidad”, dice Farías. Ella misma fue invitada el verano pasado por la Municipalidad de Recoleta a una celebración en torno a la figura del artista: “Estuvimos varios y nos reímos mucho. Yo hablé de las guaguas feas, que era algo de lo que él siempre se reía”.

Uno de los lugares donde Pedro Lemebel vivió queda en esa comuna, que en 2017 inauguró la biblioteca Pedro Lemebel. Recoleta también organiza un taller que lleva su nombre. Constanza Farías espera que esta paralización que rodea el legado del artista termine pronto. Desea también que prospere la idea de una fundación independiente para velar por su obra. Ese lugar -indica- podría perfectamente ser la casa recoletana de Lemebel, la casa de la calle Dardignac.

Colectivo Musa Mosaico

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Fernando Blanco es profesor de español y vive en Pensilvania (Estados Unidos), donde se desempeña como director del Programa de Estudios Latinoamericanos (LAMS), de la Universidad Bucknell, que está ubicada en Lewisburg y cuenta entre sus exalumnos a un presidente de los Estados Unidos, James Buchanan. Blanco aborda el arte, la literatura y la cultura latinoamericanas de los siglos XX y XXI. Su currículum indica que ha puesto foco en narrativas de la memoria y la violencia en el Cono Sur y Centroamérica. 

En su trabajo figuran lo queer y las representaciones textuales y culturales de las minorías sexuales. Pedro Lemebel es una de sus especialidades, con los tres libros que ha escrito sobre él. El primero es de 2004, aunque -explica Blanco- comenzó a observar a Lemebel en 1995, cuando la crítica, ensayista y académica Nelly Richard lo invitó a hacer una reseña sobre la literatura homosexual chilena para la Revista de Crítica Cultural: “Yo escribo hablando de Pedro, Juan Pablo (Sutherland) y Pancho (Casas) y digo en el artículo que quien se va a proyectar va a ser Lemebel”, afirma el académico.

Para esa fecha -añade- ya se había publicado “La esquina es mi corazón: crónica urbana” (Editorial Cuarto Propio), el primer libro de Pedro Lemebel. Blanco dice que las literaturas de Sutherland y Casas “son respetables”, pero que ya en 1995 se notaba que Lemebel era otra cosa: “Nos permitía meternos con el pasado, nos permitía mirarnos. Eran la historia y la política desde la experiencia de clase anudada a la experiencia de pertenecer a lo que se llama hoy una disidencia sexual”. 

Desde su perspectiva, como escritor, Lemebel “tomó una bandera de lucha que estaba evidentemente marcada por su pensamiento ideológico, pero también por su pensamiento literario, por su pensamiento político y, sobre todo, por su compromiso social”. Un texto clave para introducirse en él -sostiene Blanco- es “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”, que está contenido en “Loco Afán…”, una compilación de crónicas. 

Curiosamente, “Manifiesto” es un poema. Fue leído por Lemebel, íntegro en su gramática y ortografía, en septiembre de 1986 a modo de intervención en un acto político de la izquierda en Santiago: “Hay una importancia central en que hable de sí mismo. Lo políticamente correcto sería que hable en plural, por nuestra diferencia. Pero él pone a la primera persona de la loca. Es una primera persona que carece de prestigio social, de capital social, de relaciones sociales. Y, justamente, desde esa carencia entiende cómo funciona la sociedad chilena. Y no es solamente la dictadura. Es también el sida, el secreto, el doble estándar y la provincia”, dice Blanco.

Otro factor en Pedro Lemebel escritor -afirma el académico- es que amplía la visibilidad y las luchas por la representación: “Él fue un espacio de libertad. Fue libre para usar un lenguaje, para rescatar un slang, para hablar la lengua popular”. Su manera de pensar lo urbano -indica Blanco- “renovaba lo que en ese momento era la nueva literatura chilena que no estaba poniendo el foco donde lo ponía Pedro”. 

Ese foco se plasmaba básicamente en crónicas. De Lemebel hay publicados 10 libros de crónicas y solo una novela, “Tengo miedo torero”, que ha sido llevada al cine y adaptada como obra de teatro. Hay también recopilaciones de entrevistas suyas. Además, ha sido material de biografías como “Loca fuerte…” de Contardo y la que preparan Skármeta y Simonetti para Editorial Planeta. 

Los autores esperan entregar antes de que se acabe 2024. Coincidirían así con los 10 años de la muerte del escritor. “Es un proyecto en el que estamos trabajando hace años”, define Josefina Alemparte, directora editorial de Planeta Chilena. La idea es “hacer crecer su impacto”, agrega la ejecutiva. 

Fernando Blanco dice que, como autor, Lemebel generó “una literatura generosa, porque entiende lo que es ser humano”. Explica que su renuncia a la ficción era lo que había que hacer: “No podíamos seguir produciendo ficciones, porque había algo de inconsistencia, de deuda, de ingenuidad, en pensar que podíamos olvidarnos de la historia”. La historia contada por el prisma de Lemebel -indica Blanco- habla “de minorías oprimidas, de colonialismo, de abuso, de violencia”, de aquellos que “nunca van a llegar a tener una relevancia, porque no pertenecen a los cuerpos sociales que llevan adelante los procesos”. 

Para Óscar Contardo, Lemebel escribe desde un lugar improbable: “Una loca de población local que va a dejar registro de cómo era esa vida. Es algo que no podría hacer nadie más, si no venía de ahí mismo, desde esa conciencia de marginalidad que aparece súper nítida en sus tres primeros libros”. Sergio Parra añade: “Para entender cómo somos los chilenos y cómo nos comportamos entre nosotros, es bueno leer a Lemebel”.

Pedro Lemebel del 7 de enero de 2015, en una de las últimas actividades públicas. Foto: AgenciaUno.

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Cuando Pedro Lemebel murió se desató la fiesta. En el cortejo que lo acompañó hasta el Cementerio Metropolitano de Santiago hubo diabladas, floristas, carteles, banderas del Partido Comunista, familias, amigos, poetas, representantes del pueblo mapuche, actores. Durante el velorio se instalaron guardias de honor.

Jovana Skármeta recuerda: “Hubo hueveo toda la noche. Gritos, gente fumando afuera, algunos curados. Tanta gente”. Una crónica publicada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio cifra en 1.500 las personas que acompañaron el féretro. La ministra de la época, Claudia Barattini, habló del cariño que dejó en “el pueblo de Chile”. También dio declaraciones Jorge Mardones.

El autor de “Loca fuerte”, Óscar Contardo, identifica a Lemebel como “una rareza estadística”. Es hijo de dos personas que no terminan su educación básica, “una mujer y un hombre del pueblo”; él viene del sur y es representante “de lo que es la migración campo ciudad”; ella es hija natural de una mujer que la saca adelante. Forman parte de la pobreza que “va a dar a los extramuros” de la ciudad. Pasan por conventillos, por el Zanjón de la Aguada, por tomas, “hasta dar con la vivienda definitiva, que es una vivienda de la base de la Confederación de Panaderos y Molinero, levantada al amparo de una ley”.

Lemebel sale adelante -explica Contardo- gracias a la educación pública, aunque lo pasó pésimo porque fue acosado por sus compañeros y sus profesores, debido a su amaneramiento: “Nunca lo trató de esconder, no podía. Él mismo decía: se me notaba desde la luna. Finalmente llega a la universidad pública y logra terminar una carrera, que es pedagogía general básica”. 

El biógrafo afirma que hay un legado en Lemebel del que él es muy consciente: “Ese ascenso, ese cambio de vida, que dice mucho de lo fue el proyecto de modernización de Chile en el siglo XX, a través de las políticas públicas y la educación por el Estado”. Para Contardo, Lemebel también estaba muy consciente de lo que hacía cuando empezó a alzar la voz. Primero, en los años 80, como representante de la resistencia contra la dictadura. Después, ya en los 90, como crítico de la transición: “En esa década eran pocas las voces que se presentaran tan directamente como una crítica política desde la literatura”.

Los conocedores identifican en la vida pública de Lemebel dos grandes momentos: el siglo XX, cuando se movía en circuitos más bien underground y locales, y el siglo XXI, cuando encontró reconocimiento internacional. Esa fama tuvo dos padrinos esenciales: el escritor chileno Roberto Bolaño, quien empujó la publicación de “Loco afán…” en España en 1999, y el escritor mexicano Carlos Monsiváis, quien lo calificó como “una de las presencias más irreverentes y originales de la literatura latinoamericana” y lo celebró entusiastamente durante su participación en la Feria del Libro de Guadalajara (México). 

“Su figura fue creciendo al punto de que gente lo hizo propio, lo ha pirateado emocionalmente. Es muy bello ver que Pedro está presente y es transversal”, afirma Sergio Parra, quien se refiere a las imágenes del artista impresas en una camiseta que viste el futbolista Jorge “Mago” Valdivia o de las pintadas callejeras con su cara, durante el estallido social de octubre de 2019. Fernando Blanco sostiene que el estallido social le arrebató Lemebel “a las transnacionales” y lo volvió a poner en la calle chilena: “Se dice este es nuestro Pedro, junto con la Violeta, con la Gabriela, con el matapacos”.

Desde la perspectiva de Parra, si durante una época se vio a Lemebel como el sujeto que les hablaba a los marginales, ya no es así: “Pedro vio en vida la fama que tenía y fue muy lindo para él. Por eso le costó morirse. Si eres famoso, te cuesta morir”.

Parra cuenta que, en una comida en los chinos, la ministra Barattini le ofreció viajar a Cuba para un tratamiento contra el cáncer. A Cuba también había ido la expresidenta y secretaria general del Partido Comunista Gladys Marín, quien fue una de las grandes amigas de Lemebel. “Pedro tenía que irse unos meses, pero decía: voy a estar solo. Quería que yo lo acompañara, pero sabía que no podía por la librería. Tenía que ser alguien de confianza y que tuviera humor. Pedro no quería estar solo, por eso no se fue a Cuba. También le ofrecieron probar en Estados Unidos. Pero no, quiso quedarse acá”.

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Pedro Lemebel era -según sus conocedores- muy sencillo y austero. La periodista y realizadora Joanna Reposi Garibaldi, autora del documental “Lemebel” (2019), cuenta que conoció al artista alrededor del año 2000 en la radio Tierra, cuando ella trabajaba para “El show de los libros” de TVN. Dice que tuvieron conexión muy rápidamente, que una cita que debía durar un rato corto se extendió por horas, que ella lo hizo leer “Manifiesto…”. Esa química les permitió empezar a pensar en un registro fílmico, que años después terminó en la película. Ahora ella trabaja en la realización de “una road movie” junto a la Yegua del Apocalipsis que queda viva, Francisco Casas. 

Reposi dice que el departamento donde Lemebel vivía era “la casa de un artista”, muy sencillo, muy bonito. No tenía ni muchos objetos ni mucha ropa: “Sus sillones y el altar de su mamá, que era un espacio súper sagrado para él. Y un balconcito en el living. Nosotros en ese balcón conversamos mucho. Hablábamos de plantas, le encantaban las plantas”. Agrega que su película tiene que ver con ese espacio privado de Lemebel: “Me acuerdo de su baño de visitas, que tenía una pared llena de sombreros antiguos hermosos, y yo decía: esto lo quiero filmar”.

Lemebel, que tenía por costumbre invitar té y pan con palta a sus visitas, usaba una pieza de ese departamento como taller. Había un escritorio donde estaban sus papeles en cajas y “un computador del año uno”, dice Reposi. Según ella, su sencillez de vida y también la ayuda de los amigos le permitió no perderlo todo costeando el tratamiento contra el cáncer: “No tuvo que hacer rifas como otras personas, piensa que él era un artista”.

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Al entrar al local de Metales Pesados que Sergio Parra tiene en la calle José Miguel de La Barra 460 se ve una fotografía suya con Lemebel. Eran íntimos: “Yo era su único amigo heterosexual”, dice Parra riéndose. Iban de vacaciones juntos, pasaban las fiestas juntos, hacían bromas juntos. Lemebel, y en eso coinciden todos quienes lo conocieron bien, tenía un sentido del humor muy agudo. “No era una persona melancólica, sino alegre”, afirma Jovana Skármeta. 

La imagen que está en la librería Metales Pesados data de diciembre de 2014: “La sacó Alfredo Jaar, fue la última que nos tomaron. Después nos fuimos a comer a los chinos, pero Pedro se sintió mal y se fue a la casa”, explica Parra. Al día siguiente -dice- pasó a verlo Daniela Mardones. Le contó que el médico acababa de decir que el cáncer había avanzado mucho más de lo esperado y que el artista había quedado internado en la Fundación Arturo López Pérez. A partir de ahí lo que recibió fue solo tratamiento paliativo.

Sergio Parra dice que la entonces presidenta de la República, Michelle Bachelet, fue a verlo a la clínica una vez. Antes de que ella llegara, Lemebel lo llamó:

Vente pa’ acá, me dice.

Estoy ocupado, estoy en la librería, le digo.

¿Y de qué hablo con ella?, me contesta.

No sé pú, hazte el enfermo. Y nos reímos. Después llegué a verlo en la tarde y ella le había dejado un diploma. Parra añade: “A él le gustaba mucho reírse, estaba loco”.

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